Por: Emilio Guizar
¿Por qué dejamos de darle relevancia a los partidos políticos? ¿Por qué cada vez escuchamos que es esa la persona que vendrá a salvar al país, al Estado o a la comunidad? ¿Puede haber sociedades políticas, como un país, sin partidos políticos? ¿Es importante una ideología política?
Estas preguntas me las hago no como el viajero que está sentado en su casa a unos días de tomar el camino a su destino, previendo el futuro; sino más bien como aquél que ya en la ruta va viendo cómo su entorno cambia y está preguntándose si será bueno seguir por su senda. Si me pongo mi sombrero marca “realpolitik” las respuestas, que son bastante facilonas, podrían ser estas: Los partidos políticos están desapareciendo porque ya no importan. Las elecciones las ganan los candidatos, no los partidos. La política no sirve y los partidos tampoco. Lo que importan son los resultados y no las ideas. Todas estas seguidas de: los políticos son todos corruptos. La persona es lo más importante.
En mí no tan larga vida he tenido la fortuna de ver la vuelta de rueda que ha tomado el papel de los partidos políticos, al menos en México, pero que es una tendencia casi global (véase Francia). Soy testigo de la degradación de los partidos políticos y de ver cómo después de la alternancia y con las reformas que permitieron las alianzas partidistas fueron perdiendo su peso hacia afuera y su brújula hacia adentro. Algunos de los partidos políticos más trascendentales de los últimos cincuenta años están desapareciendo, sus afiliados gobiernan o representan una fracción ínfima de la población. Hoy deambulan por las calles muchos huérfanos políticos, sus partidos murieron o peor aún se fueron “a vivir con la otra” en alianzas de risa o vomitivas de plano. Lo más extraño es que no han sido reemplazados por otros partidos políticos, se han vuelto todas simples plataformas para lanzarse a puestos de elección popular.
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La pregunta de “¿Qué les pasó a los partidos?” no me había sido respondida de manera satisfactoria, hasta ahora y de manera muy indirecta. Byung-Chul Han, filósofo coreano que radica en Alemania escribió hace poco un libro que se titula “La sociedad del cansancio”, mismo que me lo “escuché” completo. Para explicar uno de los argumentos de Byung-Chul cito al analista argentino Marcelo Ezequiel Ramírez quien comenta la obra así: “…Las ideas de libertad, igualdad, y progreso que antes estaban vinculadas a lo colectivo, ahora comienzan a individualizarse. Gracias al Internet y la globalización, la información accesible se expande de maneras nunca antes vistas, por lo que la institucionalidad, la territorialidad, la vinculación con los otros y nuestro sistema de valores se reconfigura. Aparece una necesidad de individualizarse… Los individuos están saturados de sí mismos por querer cumplir con las autoexigencias y productividad que se imponen.”
Allí está, creo yo, una respuesta: descartamos estructuras sociales comunitarias como los partidos políticos para resolver problemas de comunidad y nos lanzamos a la búsqueda de algún individuo, esa súper persona, quien será el Mesías y redentor de nuestros males sociales. Si no nos gusta el Mesías de turno, pues fácil: necesitamos a un nuevo Mesías, renovado y mejorado. Lo más cruel de todo es que en esta esquizofrenia individualista el ciudadano como individuo carga con la responsabilidad de guiar a todo un país con su voto y nunca faltará quien le eche en cara (muy probablemente un familiar) que el país está como está por su culpa, por haber votado como votó.
Esta es la narrativa de la sociedad actual: de la súper persona que vendrá a salvar el mundo, de nuestra sociedad adicta a las historias de éxito personal que es una adicción deprimente, porque si no llega el éxito es completamente MI culpa y mi responsabilidad, mi falta de ganas. Individualizo mi fracaso o mi éxito sin voltear a ver mis circunstancias y las de quienes me rodean. Desecho también los caprichos de la diosa Fortuna y también hago mío el éxito o el fracaso que implicara un evento totalmente fuera de mis manos, pues ya no soy alguien dentro de algo sino un dividuo, alguien separado. Y así separados no hacemos comunidad, y sin comunidad no se resuelven problemas comunes. Los partidos no son un simple trampolín hacia una vida al amparo del presupuesto público, son algo más… pero como hace mucho que no tenemos uno de verdad ya se me olvidó cómo son.